"Así que no te llamas Jose, que te llamas igual que mi padre", me comentó aquella noche en la que se armó de valor. "Pues yo de siempre había pensado que te llamabas Jose".
De este modo empezó un cortejo, que en un principio pudiera parecer a la antigua usanza, como en el fondo me gustaría que hubiera sido, pues he de reconocer que la idea de más romances esporádicos que terminan antes de terminar la noche realmente ya no me llena. Será por eso que últimamente mi actitud a la hora de conocer gente nueva y posibles ligues es un poco desconfiada, distante y fría, o sea, que mi comportamiento es el de lo que viene a ser una estrecha. Y es que, con mis 30 años a punto de caducar, no me apetecen más noches de asiento trasero en asiento trasero, ni de cama en cama, ni de baño en baño, aunque no reniego ni me avergüenzo de esa época. Pero no.
Dicho cortejo se prolongó durante algunas semanas en forma de apariciones esporádicas un jueves por la noche (cuando ya nadie sale un jueves por la noche), algún que otro viernes (posteriormente me enteraría por su propia boca de que los viernes llega a casa demasiado tarde después de trabajar todo el día como para animarse a salir) y confesiones en la barra los sábados entre copa de balón con hielo y limón y copa de balón con hielo y limón de santateresacola.
El coqueteo era constante entre ambos. Aun incluso cuando había frases inconexas que realmente no me cuadraban del tipo "yo siempre he dicho que mi marido habrá de llamarse como mi padre", esto es, como yo y más del estilo. En un principio, aunque a alguien pudieran incomodar esos comentarios, a mí me hacían gracia y poquito a poco se abrían un hueco en lo más profundo de mi corazoncito.
Así se sucedía todo hasta que, finalmente, hace unas semanas pasó lo que tenía que pasar. Un viernes que me tocó librar en el trabajo hizo una de sus apariciones, confesándole a una compañera, que intentaba buscarle un ligue para esa noche, que realmente quien le ponía era yo (sí, tal vez suena un poco vulgar, pero cada uno se expresa como mejor le parece). Nadie me dijo nada. ¿Mejor? No sé, tengo mis dudas.
A la semana siguiente, sin enterarme yo todavía de sus comentarios, comenzamos a entablar conversación de nuevo, reprochándome entre risas y comentarios irónicos que todavía no hubiéramos intercambiado nuestros móviles o direcciones de mésenyer.
Realmente yo tenía interés por conseguir contactar fuera de los bares, poder dialogar sin copas por medio. Fuera del trabajo. Su interés parecía sincero. Tal vez pecara de lanzarme al vacío demasiado pronto (pero el tiempo que llevábamos tonteando me dio cierta falsa sensación de seguridad), tal vez pecara de ser fácil, pero cuando alguien muestra señales inequívocas de interés hacia ti y hay una gran atracción y complicidad entre ambos, ¿realmente te paras a pensar el número de copas que le has servido? ¿Más bien no piensas que a esa persona le ha costado dar el paso y que su interés es sincero y que tal vez el alcohol le ha ayudado a desinhibirse y confesar lo que siente?
"La primavera ha llegado ya a la ciudad y hay que ver lo bien que me sienta, mamá", se podía leer haciendo malabarismos con la hoja, junto a lo que decía ser su número de teléfono y su dirección de mail (¡por fin!).
En una hoja de papel, así, tan alejado de las contemporáneas tecnologías de agendas de bolsillo, bloc de notas de la agenda del móvil, etc. Tan a la antigua usanza. Algo que podías tocar y guardar como oro en paño.
(No lo puedo evitar, es que soy un obseso de los pequeños detalles).
Lástima que mi capacidad de interpretar la escritura sea nula. Lo que hubiera dado por convertirme en ese momento en perito caligráfico para poder leer más allá de lo que decían esa serie de letras encadenadas formando palabras, que a su vez formaban frases. (Supongo que entre otras cosas me dirían el número exacto de copas que llevaba el maromo en el cuerpo.)
Pero en ese momento, ¿qué importaba? Qué bien te sientes cuando la persona que te interesa te facilita una forma de contacto, desterrando aparentemente para siempre los encuentros casuales. Ya puedes recurrir a un número de teléfono, a una dirección de correo (o mésenyer) para contactar con esa persona sin necesidad de esperar al fin de semana siguiente. Sin tener que esperar que le apetezca salir. Sin ni siquiera tener que plantearte que aunque le apetezca salir y salga pueda darse la terrible circunstancia de que no coincidais en la misma ruta, pensamiento que te atormentaba constantemente hasta ese momento.
Te invade una sensación reconfortante y de seguridad. Engañosa, todo hay que decirlo. Un poder que sólo está en tu mente.
¿Acaso no es el mésenyer una ilusión, un engaño? ¿Cuántos no admitidos, incluso eliminados llevamos cada uno a nuestras espaldas? (Yo, personalmente, bastantes.) ¿Realmente cuando alguien te da su mésenyer (antes de uniros en el ritual del sexo en la primera cita) no está intentando llevarte al huerto desesperadamente? (Me refiero siempre al caso del cortejo, no todo el mundo que te da su msn quiere acabar acostándose contigo necesariamente).
Si luego resulta (por alguna circunstancia) que la cita ha sido un desastre, ¿quién te dice que realmente te va a agregar? Y aunque lo haga, ¿de verdad piensas que esa persona está interesada en seguir adelante con lo que ha empezado con tan mal pie? No nos engañemos ni seamos ilusos. A estas alturas de la película es totalmente inviable. ¿Realmente hay gente dispuesta a darse a sí misma una segunda oportunidad por mucho que luego se hagan chistes para suavizar lo sucedido o el eterno "no pasa nada, habrá más ocasiones"? ¿Más bien autoculparse de una mala actuación (que posiblemente no haya sido tan mala, porque al menos has podido disfrutar de la compañía de una persona por la que sientes un inusitado interés) no es como decir "esto ha sido un desastre, por no decir una mierda, y no puede repetirse más de ninguna de las maneras"? ¿No puede ser que sea culpa de ambas partes y no haya una única parte culpable?
Claro, todo puede ser. Pero en este mundo de sexo en la primera cita (no digo que sea malo, pero sí de ser un tanto fácil), en el que todo se sucede a una velocidad vertiginosa, donde tres frases hacen que tengas la falsa certeza de que conoces a la otra persona (quien acabará siendo tu compañero de alcoba ocasional, no lo olvidemos) de toda la vida, no hay lugar para remilgos ni sueños posteriores. De este modo los contactos de los mésenyer de la mayoría de la gente entran y salen constantemente de manera vertiginosa, o si eres un tanto perezoso para ponerte a eliminar, pasas de contestar y/o colocas la banderita Vuelvo En Seguida u Ocupado.
Es lo que pasa.
[Continuará]
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