20090425

LA RECAÍDA. 1ª PARTE. UNA DOLOROSA SEPARACIÓN.

"Hey, acabe de vore el teu missatge, he estat estudiant aquestos darrers dos dïes, disculpa.
No sembles gents monyes, pero anem espaï, que jo m'acabe de separar!
Petons."


Así respondió mediante un mensaje privado en Facebook a mi mensaje deseándole una buena vuelta a su rutina académica.


Nos conocimos el martes anterior durante las celebraciones del día del Bando de la Huerta que tienen lugar en las Fiestas de Primavera de la ciudad de Murcia. Un día en el que todo buen murcianico se coloca su buen traje regional y las calles se llenan de una gran marea blanca de huertanicos y huertanicas y se huele a alegría y primavera... además de a alcohol y orines (no vamos a engañarnos).
"Nene, que has ligao", se apresuró a decirme Carlos. "Te voy a presentar a un amigo".
Ahí estaba él, apoyado en la barra conversando con otro amigo mientras, como intentando aparentar que si no veía a Carlos acercarse a mí eso no sucedería, pero cuando un pelirrojo se dispone a hacer algo no hay quien lo pare. Eso es así.
He de decir que ya me había fijado en él un ratito antes, cuando llegaron al bar y se disponían a pedir. De hecho él me había pedido a mí primero, pero como su compañero había pedido a otra camarera que había dentro de la barra ya fue ella quien los atendió.
"Este es Mario."
Mario... Qué bonito nombre. ¡Y qué guapo! La verdad es que tenía una preciosa sonrisa dibujada en sus labios carnosos, que asomaban entre la barbita de varios días que lucía y que tan sexy me parece. Además, sus ojos oscuros, enmarcados por unas modernas y originales gafas de pasta negra ejercían sobre mí un gran magnetismo. Todo ello complementado de unos originales y estupendos tatuajes y piercings.


"Estoy muy interesado en conocerte. Así que llámame, ahí tienes mi número. Llámame, por favor", me dijo justo antes de abandonar el local con su amigo. Me había pedido boli y papel para apuntarme su número y así facilitarme el llamarlo. "Mario* (el amigo de Carlos)" había escrito en el papel. "Sé que ahora tienes que trabajar y no es un buen momento para que hablemos." Seguramente no era un buen momento para dedicarse a hablar, no. No es que realmente estuviera muy ocupado, puesto que era primera hora de la tarde y a la gente todavía le apetecía tomar ese sol maravilloso que hacía ese día, pero fue todo un detalle por su parte esa observación. Por supuesto que lo llamaría. ¿Cómo resistirme a esa sonrisita y a ese físico imponente? Además, parecía educado e inteligente. "Merece la pena la espera que he tenido que aguantar tantos bandos sin ligar para ahora hacerlo con este tiazo", pensé. "¡Waw!"


"Es que resulta que de momento no hay trabajo para todos los camareros y me ha dicho mi jefa que vuelva dentro de un rato a darme una vuelta y si hago falta entre de nuevo...", le expliqué al rato cuando me lo encontré en la barra de La Yesería.
Finalmente esa tarde no trabajé. Lo hice ya bien entrada la noche, puesto que a las once debía sustituír a Juancarlos que había estado toda la tarde dándolo todo a los platos. La verdad que se me hizo un poco tarde para la sustitución porque de repente nos encontramos camino de su casa para disfrutar de un poco de intimidad... que se vería mermada a un cuarto de hora debido a la distancia que la separaba de la zona de los bares.
"Yo te acompaño y me espero hasta que salgas y nos vamos a tu casa si te apetece", me sugirió.
Repito. ¿Cómo iba a resistirme? No podía.
Me había hablado de él y de su actividad diaria. De su vida. De su ex... Su ex. Resulta que lo habían dejado hacía aproximadamente una semana, pero parecía llevarlo con bastante entereza. Admirable. Sé que para mucha gente una conversación así nada más conocerse es motivo de una muerte súbita de toda posibilidad de un algo posterior. Pero es que además, lo que más me gustaba es que pese a un tono de cierta pesadumbre por la ruptura no habían malas palabras hacia su pareja. Eso le honraba. Y mucho. Muchísimo. Me parecía una actitud muy noble por todo lo bueno vivido juntos durante el tiempo que hubiera durado la relación.

Pasamos pues la noche de martes juntos. Miércoles se quedó en casa hasta la tarde. Viernes volvimos a quedar para volver a casa juntos después de terminar yo de trabajar en el bar y pasamos un sábado bastante ameno hablando de nuestras familias e ilusiones y planes (individuales, por supuesto).

Así que cuando el lunes abro mi buzón de entrada de mensajes de Facebook y me encontré ese mensaje me quedé un poco en estado de shock. Esto es, sin saber qué contestar o si contestar siquiera. ¿A qué venía de repente esto? ¿Realmente creía que no me doy cuenta que acaba de romper con su novio de dos años? ¿Acaso no se había encargado él mismo de repetírmelo constantemente una y otra vez desde que nos conocimos? Que si "Juan me ha llamado hoy". Que si "Juan me ha pedido que le ayude a cargar el coche de la mudanza". Que si "Juan parece que esté celoso". Y que si patatín y que si patatán... Por supuesto, soy un tío comprensivo y puedo entender que esté dolido y que necesiten tiempo para cicatrizar sus heridas aunque yo no las vea. Pero, ¿quién coño se pone en mi lugar? ¿Acaso mis necesidades son menos importantes? ¿Por qué tengo que arrastrar un lastre de relaciones que no han funcionado anteriormente? ¿Por qué desde el principio debo conformarme con migajas? Pues no, hombre, no.

Hasta ahí podríamos llegar. Necesito que alguien me explique razonablemente qué culpa tengo yo de los fracasos anteriores de alguien recién entrado en mi vida. Que me razonen por qué no puedo ser yo mismo dándolo todo... Estamos jugando al juego de la seducción y se deberían poner todas las cartas sobre la mesa, puesto que yo no tengo nada que ver con la persona que hizo daño al otro en alguna ocasión. Por lo tanto, no estoy dispuesto a jugar en inferioridad de condiciones.

Yo no mendigo.




[Continuará]

INTERCAMBIO. 3ª PARTE.

Y es que, sinceramente, nunca merece la pena renunciar a tus convicciones (o las que tú crees que son tus convicciones) por un polvo o un poquito de romance, como prefiera llamarse. Puede que en ese momento sí que estuviera uno un tanto enamorado (encaprichado/ilusionado para evitar discusiones dialécticas posteriores... pero en el fondo considero que enamorado es la palabra correcta), por lo que tal vez decidiera levantar la vara de medir un poquitín. ¡Gran error, amigo!

A una primera noche fallida, le siguió una mañana soleada en la que el teléfono comenzó a sonar desde bien temprano (teniendo en cuenta que era domingo). Y es que sus amigos habían planeado una comida dominguera, por lo que tras un desayuno rápido quedamos en que ya hablaríamos por teléfono después.

"Con la de domingos que tengo que pasar sólo y sin plan en el sofá", se quejaba.

Un toque al móvil indicaba que su amiga había llegado para recogerle.

"Luego te llamo", se despedía ya en la calle mientras montaba en el coche y yo me encaminaba hacia la casa de unos amigos.

El tercer grado no se hizo esperar, cosa que no es de extrañar con preguntas de toda índole y aunque las respuestas no parecían satisfacer a nadie, mis ojos y mi cara expresaban algo muy distinto a lo que mis palabras se referían.

"Tómatelo con tranquilidad", fue el consejo más repetido de aquella tarde/noche, cosa que yo no entendía porque no entraba entre mis planes agobiarme por algo que de momento sólo había supuesto una noche de sexo (de momento).

Esa misma noche recibí una llamada suya (esperada como agua de mayo después del plantón matutino, la verdad). Casi una hora hablando, pero sin llegar a ningún lado, aunque yo no lo viera así. Para mí, un poquito era un mundo, aunque esa actitud altruísta de dar sin pedir nada a cambio finalmente siempre se vuelve en contra de uno mismo.

A la mañana siguiente me sorprendí a mí mismo delante del ordenador esperando a que se conectara al messenger. La hora a la que solía conectarse fue una de las pocas cosas que había sacado en claro de nuestra conversación telefónica de la noche anterior. Porque, ¿de qué demonios se supone que se ha de hablar en esa primera llamada después de la primera noche de sexo (y posterior pernoctación)? ¿Han de exponerse las cartas? ¿Has de fiarte aunque la otra persona fuera en un estado de embriaguez que posiblemente le hubiera dado igual acabar en la cama con otra persona o mejor sóla valorando el estado en que se encontraba?

Yo no lo hice, y no es que me arrepienta de no haberlo hecho, pero sí me visitan ciertas dudas.

Si hubiera sido un poquito más claro, después de todo el tiempo de ronda (entendido como cortejo) que habíamos tenido, ¿me hubiera encontrado un mensaje suyo diciendo que él también se había abierto un perfil en esa misma página de contactos y en unas cuantas más? Si hubiera dicho lo que quería decir en lugar de callármelo porque era muy pronto...

Pues, posiblemente, sí. Nada hubiera cambiado, porque que tú sientas una cosa muy especial hacia alguien no significa forzosamente que ese sentiemiento sea correspondido, ni mucho menos. Es lo que tiene ser fácil sentimentalmente.

Las semanas siguientes se resumen en una angustiosa espera a ver devueltos mis mensajes. "Me conecto desde el trabajo y no estoy todo el rato delante del ordenador", era la excusa más recurrida para el caso del messenger, seguida de las siempre recurrentes "no lo llevaba encima" o "tenía el modo silencio conectado" en el caso del teléfono móvil. La demora iba haciéndose mayor a medida que el interés (por mi parte, crecía, mientras que por la suya) menguaba.













[ Continuará ]

INTERCAMBIO. ¿FIN?.

"¿Así que tú eres Antonio?", me preguntó uno de sus amigos que habían venido de visita ese fin de semana desde Valencia. "Me ha dicho Javi que estás en paro pero que lo tuyo es el diseño gráfico, ¿cómo te va con eso?"
Sinceramente, no me podía creer que sólo una semana después de haber tenido el desastroso primer contacto les hubiera hablado de mí con tanto detalle a sus amigos (de Valencia). Según mi particular modo de ver la vida, eso significaba algo, pero, bueno... Posiblemente me equivocaba como tantas otras veces.
"¿Y qué vas a hacer después?", continuó formulando la siguiente pregunta del tercer grado. "Yo quiero que me saquen a algún lado, que hace mucho que no vengo a Murcia y no quiero irme a dormir ya. Además, que ya dormiré en el tren mañana".
"Yo pensaba ir a 12 y Medio", afirmé. "Pero sólo si vais vosotros, que seguro que te mola."
Estábamos cerrando El Sentío Noche, local donde trabajo de camarero y ellos habían llegado a muy mala hora y mi jefa me miraba con un "¡lárgalos ya que podamos cerrar, cari!" en la mirada que era imposible no adivinar. De modo que salí con ellos para la calle, aprovechando que había que tirar la basura y quedamos en vernos en 12 y Medio finalmente.
Al día siguiente se suponía que tenía comida familiar en Bullas en casa del prometido de mi madre con motivo de la festividad del patrono de la localidad, San Marcos (creo). Pero, sinceramente, pasaba de Bullas y de la cara del novio de mi madre. ¿Qué prefería echar unas risas y un posible polvo después o una aburrida comida familiar al día siguiente con una resaca tremenda con una gente que ni me iba ni me venía? La respuesta estaba bien clara. Además, ¿qué coño me importaba a mí San Marcos y su desfile de carrozas? ¡Paparruchas!
"Por favor, págame, que me están esperando", inquirí a mi jefa.
Raudo y veloz me dirigí hacia el citado local, esperando encontrarme con ese pedazo de hombre que tanto me gustaba (y tengo que reconocer todavía encuentro arrebatador, aunque cada vez menos... eso sí).
"Información gratuita de Orange: El teléfono al que llama está apagado o fuera de cobertura...", me respondían de la operadora cada vez que marcaba su número. Hacía casi una hora que andaba dando vueltas por el 12 y Medio y no los veía por ningún lado. Tampoco en Moss había rastro de ellos... Bueno, ni en el resto de locales.
"Date otra vuelta, que a lo mejor los has pillado en los aseos, que ya lo conoces...", intentaba convencerme. Pero no apareció nadie ni nadie contestó las llamadas ni el sms. "Menudo plantón", me resigné finalmente después de hora y media.
A esto debía referirse con el término "ir distanciándome de ti... en plan indirecta a lo bestia" que me envió en el mail respuesta al mío que le envíe un tiempo después de cerciorarme de que me había eliminado de sus contactos del mésenyer y cuando aparecía por el bar había un buen colegueo. Que si se había dado cuenta que no podría tener nada serio conmigo y movidas de que yo le había mostrado que sí quería algo serio...
Pues uno no entiende de sutilezas, así que las cosas claras están mucho mejor, aunque agradecí su respuesta sincera (aparentemente).
Así, atando cabos, comprendí finalmente su desaparición repentina de mi cumpleaños sin avisar, su manera de pasar de mi en el festival SOS 4.8 unos días antes de mi cumple... Lo que no pude entender es que viniera con un regalito el día de mi cumpleaños (anterior a la fiesta de celebración) o la invitación a ir a ver a los Assian Dub Foundation, invitación que tuve que rechazar muy a mi pesar, ya que trabajaba esa misma noche.
Pero bueno, entre conversaciones por en medio, disculpas por el plantón, encuentros ocasionales en terrazas de Murcia y demás, supongo que entrevería que me fascinaba y comprendió que no podía ofrecer lo mismo. De hecho, la última vez que nos vimos antes del verano (y después de mi cumpleaños) venía de un cumpleaños en no-sé-qué-pueblo con un amigo de un amigo a quien no soportaba, pero que lo llevaba e iba cargao. Apareció por el bar, iluminándolo todo a su paso (o eso me parecía a mí) y de repente todo se apagó... se había largado de nuevo sin despedirse. ¡Qué grosero!
"¿Qué hacemos?", preguntó Juancarlos (al pobre fue a quien le tocó tragarse todo el mogollón).
"Metropol, por supuesto", respondí yo. Pero eso era una trampa que me estaba tendiendo yo mismo. En cierto modo esperaba verlo allí y que surgiera algo otra vez, como la semana anterior, que terminamos en su cama... Durmiendo.
No aparecía por ningún lado, así que me quedé bastante tranquilo. Casi conseguí desconectar del asunto, hasta que fui al baño. Había olvidado su aficción a los aseos y entrar de dos en dos... De repente me quería ir de ese sitio, me ahogaba respirando el mismo aire que él. Además, estaba tonteando con otro tío. ¿Cómo se atrevía? ¿Qué coño le ofrecía ese enano que no pudiera ofrecerle yo? ¿Suministro constante de estupefacientes? ¡Joder! Mirándolo bien, el niñato estaba bastente bueno, sí. Yo también me pondría los cuernos con él. Sabía que lo había visto y yo sabía que él me había visto, pero no era yo quien se portaba de forma grosera cada encuentro que teníamos despareciendo sin avisar, así que no iba a ser yo quien le fuera con un falso "hola, ¿tú por aquí?". No iba a ser yo.
De modo que una vez que hubimos salido de la discoteca Juancarlos y yo me apoyé en el muro de salida a esperar verlo. Debería tener más dignidad y más amor propio... ¡y más cara dura! A lo lejos, en el parking él tonteaba con su nuevo amiguito y la amiga de éste. ¿Sería hetero finalmente su nuevo fichaje? ¡Qué fuerte! Juancarlos tonteaba con unos amigos en el chiringuito de la puerta de la disco. Yo, por mi parte, estaba con la mirada fija en la nueva pandi que se había formado y pensando en qué hacer cuando pasaran a mi lado e hiciera el ademán de saludar. Intentó mirar para otro lado, pero el amiguito paró justo en frente de servidor a hablar con unos colegas para quedar en el after posiblemente y finalmente giró la cabeza hacia donde sabía que estaba yo apoyado. (Debo de confesar que mi atuendo aquella noche no era precisamente discreto, así que sé con toda certeza que se había percatado de mi presencia...).
"¡Hombre, hola!", leí que decían sus labios, mientras ondeaba la mano saludando y sonreía.
Lo miré fijamente e intenté poner la mejor mueca de superioridad de las que suelo ensayar delante del espejito del baño. Seguidamente acerqué mi puño derecho a mi boca con el dedo medio bien extendido, lo introducí en mi boca, lo chupé y se lo mostré en señal de profundo desprecio...
"Quería un taxi para Metropol", le dije a la operadora de Radiotaxi mientras apartaba mi mirada de la suya. "Pero, ¿qué le has hecho, maricón?", me preguntó Juancarlos, que no había visto mi gesto, pero sí la desfiguración que había sufrido la cara del otro mientras contemplaba estupefacto mi saludo. "Bienvenida al club de las malas y las doloridas", concluyó entre sonrisas.
Tengo que decir que me arrepentí mucho de aquel gesto, puesto que no tenía ningún derecho a comportarme de semejante modo. Pero lo que más me dolía no fue haberme rebajado a ese nivel de ordinariez... Lo que realmente dolía era que sabía que no iba a pedir perdón porque lo había hecho desde el fondo de mi corazón y pedir perdón por las esas cosas que te salen desde tan adentro no es sincero normalmente.
Pasaron los meses y no apareció más por el bar, hasta que empezó a frecuentar la compañía de niños del Bakala.org a los que seguramente pagaba las drogas. Eso era lo que pensaba entonces... Ahora pienso que tal vez sí que es un tío divertido y buen anfitrión y amable, pero que pierde mucho cuando lo conoces desde detrás de una barra.
Espero que todo le vaya bien en la vida, pero yo me merezco algo mejor. Mucho mejor.

No merece la pena ofrecerle lo mejor que tengo a quien se lo toma tan a la ligera.















[¿FIN?]

INTERCAMBIO. 2ª PARTE.

"Oye, voy a hacerte una pregunta que llevo tiempo queriéndote hacer", me dijo mirándome fíjamente a los ojos, con expresión un tanto vergonzosa aunque picarona. "¿A qué hora terminas?"

¿A qué hora termino? Me esperaba otra pregunta más evidente, la verdad, que vendría más tarde (todo hay que decirlo). Pero de ninguna de las maneras me decepcionó la pregunta. Todo lo contrario.

"Pues a eso de las cinco, entre que recogemos y recargamos las cámaras y barremos por encima", le contesté.

"Uf... Pues te van a dar un poco por culo", me contestó riéndose.

"¡Qué más quisiera yo!" Sí, sonó muy vulgar, pero para qué andarse con remilgos y sutilezas como me había andado anteriormente si decía que nunca las había pillao, que debería cambiar la táctica de seducción, por mi bien. Tal vez sea la falta de experiencia, tal vez dentro de mí se esconda una Belén Esteban en potencia. El caso es que aguantó estoicamente hasta que cerramos, y digo estoicamente porque el pobre casi no podía mantenerse en pie. Tal es el caso, que tuvo que salir a tomar un poco el aire.

"Estamos en la puerta... o mejor, vamos a dar una vuelta y tomar el aire mientras termináis, llámame cuando termines", me dijo. Como buena facilona emocional que soy trabajé lo más aprisa que pude para que su espera no se hiciera eterna. Además, después del encuentro fortuito en el aseo lo que menos me apetecía era seguir dale que te pego en el bar, y menos aún sin gente, y mucho menos habiéndome percatado de que mi amigo (el que lo acompañaba a tomar el aire) no se había percatado de que me estaba esperando a mí.

"Menos mal que llamaste, porque estaba a punto de tirarme al ruedo", me confesó días después. Y es que a pesar de lo que diga el refrán, preferimos desnudar borrachos antes que vestir santos. Triste, pero sí.

Total, después de cerrar el bar, la llamada oportuna para avisar de que había terminado, el paso por el puesto de pizzas y la despedida de los amigos, nos dirigimos sin más preámbulos a su casa. Habíamos decidido que no teníamos ganas de Metropol (discoteca a la que he estado una temporada evitando acudir), donde él insistía que nos habíamos visto muchas veces por allí. "No desde noviembre", le insistía yo (esa noche era una noche de abril). "Me deben un trabajo y hasta que no paguen no vuelvo, aunque esta noche, si te hubieras ido tú para allá, hubiera ido detrás de ti". Ahí, justo ahí empezaron a flaquear mis fuerzas, mis convicciones y todo. Pero, a veces, y sólo a veces, hay que tragar, mas nunca debería ser sin saber si la persona por la que vas a renunciar a algo (momentáneamente) lo merece. Yo pensé que lo merecía.

Y sigo pensándolo.














[Continuará]

INTERCAMBIO. 1ª PARTE.

"Así que no te llamas Jose, que te llamas igual que mi padre", me comentó aquella noche en la que se armó de valor. "Pues yo de siempre había pensado que te llamabas Jose".

De este modo empezó un cortejo, que en un principio pudiera parecer a la antigua usanza, como en el fondo me gustaría que hubiera sido, pues he de reconocer que la idea de más romances esporádicos que terminan antes de terminar la noche realmente ya no me llena. Será por eso que últimamente mi actitud a la hora de conocer gente nueva y posibles ligues es un poco desconfiada, distante y fría, o sea, que mi comportamiento es el de lo que viene a ser una estrecha. Y es que, con mis 30 años a punto de caducar, no me apetecen más noches de asiento trasero en asiento trasero, ni de cama en cama, ni de baño en baño, aunque no reniego ni me avergüenzo de esa época. Pero no.

Dicho cortejo se prolongó durante algunas semanas en forma de apariciones esporádicas un jueves por la noche (cuando ya nadie sale un jueves por la noche), algún que otro viernes (posteriormente me enteraría por su propia boca de que los viernes llega a casa demasiado tarde después de trabajar todo el día como para animarse a salir) y confesiones en la barra los sábados entre copa de balón con hielo y limón y copa de balón con hielo y limón de santateresacola.

El coqueteo era constante entre ambos. Aun incluso cuando había frases inconexas que realmente no me cuadraban del tipo "yo siempre he dicho que mi marido habrá de llamarse como mi padre", esto es, como yo y más del estilo. En un principio, aunque a alguien pudieran incomodar esos comentarios, a mí me hacían gracia y poquito a poco se abrían un hueco en lo más profundo de mi corazoncito.

Así se sucedía todo hasta que, finalmente, hace unas semanas pasó lo que tenía que pasar. Un viernes que me tocó librar en el trabajo hizo una de sus apariciones, confesándole a una compañera, que intentaba buscarle un ligue para esa noche, que realmente quien le ponía era yo (sí, tal vez suena un poco vulgar, pero cada uno se expresa como mejor le parece). Nadie me dijo nada. ¿Mejor? No sé, tengo mis dudas.

A la semana siguiente, sin enterarme yo todavía de sus comentarios, comenzamos a entablar conversación de nuevo, reprochándome entre risas y comentarios irónicos que todavía no hubiéramos intercambiado nuestros móviles o direcciones de mésenyer.

Realmente yo tenía interés por conseguir contactar fuera de los bares, poder dialogar sin copas por medio. Fuera del trabajo. Su interés parecía sincero. Tal vez pecara de lanzarme al vacío demasiado pronto (pero el tiempo que llevábamos tonteando me dio cierta falsa sensación de seguridad), tal vez pecara de ser fácil, pero cuando alguien muestra señales inequívocas de interés hacia ti y hay una gran atracción y complicidad entre ambos, ¿realmente te paras a pensar el número de copas que le has servido? ¿Más bien no piensas que a esa persona le ha costado dar el paso y que su interés es sincero y que tal vez el alcohol le ha ayudado a desinhibirse y confesar lo que siente?

"La primavera ha llegado ya a la ciudad y hay que ver lo bien que me sienta, mamá", se podía leer haciendo malabarismos con la hoja, junto a lo que decía ser su número de teléfono y su dirección de mail (¡por fin!).

En una hoja de papel, así, tan alejado de las contemporáneas tecnologías de agendas de bolsillo, bloc de notas de la agenda del móvil, etc. Tan a la antigua usanza. Algo que podías tocar y guardar como oro en paño.

(No lo puedo evitar, es que soy un obseso de los pequeños detalles).

Lástima que mi capacidad de interpretar la escritura sea nula. Lo que hubiera dado por convertirme en ese momento en perito caligráfico para poder leer más allá de lo que decían esa serie de letras encadenadas formando palabras, que a su vez formaban frases. (Supongo que entre otras cosas me dirían el número exacto de copas que llevaba el maromo en el cuerpo.)

Pero en ese momento, ¿qué importaba? Qué bien te sientes cuando la persona que te interesa te facilita una forma de contacto, desterrando aparentemente para siempre los encuentros casuales. Ya puedes recurrir a un número de teléfono, a una dirección de correo (o mésenyer) para contactar con esa persona sin necesidad de esperar al fin de semana siguiente. Sin tener que esperar que le apetezca salir. Sin ni siquiera tener que plantearte que aunque le apetezca salir y salga pueda darse la terrible circunstancia de que no coincidais en la misma ruta, pensamiento que te atormentaba constantemente hasta ese momento.

Te invade una sensación reconfortante y de seguridad. Engañosa, todo hay que decirlo. Un poder que sólo está en tu mente.

¿Acaso no es el mésenyer una ilusión, un engaño? ¿Cuántos no admitidos, incluso eliminados llevamos cada uno a nuestras espaldas? (Yo, personalmente, bastantes.) ¿Realmente cuando alguien te da su mésenyer (antes de uniros en el ritual del sexo en la primera cita) no está intentando llevarte al huerto desesperadamente? (Me refiero siempre al caso del cortejo, no todo el mundo que te da su msn quiere acabar acostándose contigo necesariamente).

Si luego resulta (por alguna circunstancia) que la cita ha sido un desastre, ¿quién te dice que realmente te va a agregar? Y aunque lo haga, ¿de verdad piensas que esa persona está interesada en seguir adelante con lo que ha empezado con tan mal pie? No nos engañemos ni seamos ilusos. A estas alturas de la película es totalmente inviable. ¿Realmente hay gente dispuesta a darse a sí misma una segunda oportunidad por mucho que luego se hagan chistes para suavizar lo sucedido o el eterno "no pasa nada, habrá más ocasiones"? ¿Más bien autoculparse de una mala actuación (que posiblemente no haya sido tan mala, porque al menos has podido disfrutar de la compañía de una persona por la que sientes un inusitado interés) no es como decir "esto ha sido un desastre, por no decir una mierda, y no puede repetirse más de ninguna de las maneras"? ¿No puede ser que sea culpa de ambas partes y no haya una única parte culpable?

Claro, todo puede ser. Pero en este mundo de sexo en la primera cita (no digo que sea malo, pero sí de ser un tanto fácil), en el que todo se sucede a una velocidad vertiginosa, donde tres frases hacen que tengas la falsa certeza de que conoces a la otra persona (quien acabará siendo tu compañero de alcoba ocasional, no lo olvidemos) de toda la vida, no hay lugar para remilgos ni sueños posteriores. De este modo los contactos de los mésenyer de la mayoría de la gente entran y salen constantemente de manera vertiginosa, o si eres un tanto perezoso para ponerte a eliminar, pasas de contestar y/o colocas la banderita Vuelvo En Seguida u Ocupado.

Es lo que pasa.




[Continuará]