20090425

INTERCAMBIO. 2ª PARTE.

"Oye, voy a hacerte una pregunta que llevo tiempo queriéndote hacer", me dijo mirándome fíjamente a los ojos, con expresión un tanto vergonzosa aunque picarona. "¿A qué hora terminas?"

¿A qué hora termino? Me esperaba otra pregunta más evidente, la verdad, que vendría más tarde (todo hay que decirlo). Pero de ninguna de las maneras me decepcionó la pregunta. Todo lo contrario.

"Pues a eso de las cinco, entre que recogemos y recargamos las cámaras y barremos por encima", le contesté.

"Uf... Pues te van a dar un poco por culo", me contestó riéndose.

"¡Qué más quisiera yo!" Sí, sonó muy vulgar, pero para qué andarse con remilgos y sutilezas como me había andado anteriormente si decía que nunca las había pillao, que debería cambiar la táctica de seducción, por mi bien. Tal vez sea la falta de experiencia, tal vez dentro de mí se esconda una Belén Esteban en potencia. El caso es que aguantó estoicamente hasta que cerramos, y digo estoicamente porque el pobre casi no podía mantenerse en pie. Tal es el caso, que tuvo que salir a tomar un poco el aire.

"Estamos en la puerta... o mejor, vamos a dar una vuelta y tomar el aire mientras termináis, llámame cuando termines", me dijo. Como buena facilona emocional que soy trabajé lo más aprisa que pude para que su espera no se hiciera eterna. Además, después del encuentro fortuito en el aseo lo que menos me apetecía era seguir dale que te pego en el bar, y menos aún sin gente, y mucho menos habiéndome percatado de que mi amigo (el que lo acompañaba a tomar el aire) no se había percatado de que me estaba esperando a mí.

"Menos mal que llamaste, porque estaba a punto de tirarme al ruedo", me confesó días después. Y es que a pesar de lo que diga el refrán, preferimos desnudar borrachos antes que vestir santos. Triste, pero sí.

Total, después de cerrar el bar, la llamada oportuna para avisar de que había terminado, el paso por el puesto de pizzas y la despedida de los amigos, nos dirigimos sin más preámbulos a su casa. Habíamos decidido que no teníamos ganas de Metropol (discoteca a la que he estado una temporada evitando acudir), donde él insistía que nos habíamos visto muchas veces por allí. "No desde noviembre", le insistía yo (esa noche era una noche de abril). "Me deben un trabajo y hasta que no paguen no vuelvo, aunque esta noche, si te hubieras ido tú para allá, hubiera ido detrás de ti". Ahí, justo ahí empezaron a flaquear mis fuerzas, mis convicciones y todo. Pero, a veces, y sólo a veces, hay que tragar, mas nunca debería ser sin saber si la persona por la que vas a renunciar a algo (momentáneamente) lo merece. Yo pensé que lo merecía.

Y sigo pensándolo.














[Continuará]

No hay comentarios:

Publicar un comentario