20090425

INTERCAMBIO. 3ª PARTE.

Y es que, sinceramente, nunca merece la pena renunciar a tus convicciones (o las que tú crees que son tus convicciones) por un polvo o un poquito de romance, como prefiera llamarse. Puede que en ese momento sí que estuviera uno un tanto enamorado (encaprichado/ilusionado para evitar discusiones dialécticas posteriores... pero en el fondo considero que enamorado es la palabra correcta), por lo que tal vez decidiera levantar la vara de medir un poquitín. ¡Gran error, amigo!

A una primera noche fallida, le siguió una mañana soleada en la que el teléfono comenzó a sonar desde bien temprano (teniendo en cuenta que era domingo). Y es que sus amigos habían planeado una comida dominguera, por lo que tras un desayuno rápido quedamos en que ya hablaríamos por teléfono después.

"Con la de domingos que tengo que pasar sólo y sin plan en el sofá", se quejaba.

Un toque al móvil indicaba que su amiga había llegado para recogerle.

"Luego te llamo", se despedía ya en la calle mientras montaba en el coche y yo me encaminaba hacia la casa de unos amigos.

El tercer grado no se hizo esperar, cosa que no es de extrañar con preguntas de toda índole y aunque las respuestas no parecían satisfacer a nadie, mis ojos y mi cara expresaban algo muy distinto a lo que mis palabras se referían.

"Tómatelo con tranquilidad", fue el consejo más repetido de aquella tarde/noche, cosa que yo no entendía porque no entraba entre mis planes agobiarme por algo que de momento sólo había supuesto una noche de sexo (de momento).

Esa misma noche recibí una llamada suya (esperada como agua de mayo después del plantón matutino, la verdad). Casi una hora hablando, pero sin llegar a ningún lado, aunque yo no lo viera así. Para mí, un poquito era un mundo, aunque esa actitud altruísta de dar sin pedir nada a cambio finalmente siempre se vuelve en contra de uno mismo.

A la mañana siguiente me sorprendí a mí mismo delante del ordenador esperando a que se conectara al messenger. La hora a la que solía conectarse fue una de las pocas cosas que había sacado en claro de nuestra conversación telefónica de la noche anterior. Porque, ¿de qué demonios se supone que se ha de hablar en esa primera llamada después de la primera noche de sexo (y posterior pernoctación)? ¿Han de exponerse las cartas? ¿Has de fiarte aunque la otra persona fuera en un estado de embriaguez que posiblemente le hubiera dado igual acabar en la cama con otra persona o mejor sóla valorando el estado en que se encontraba?

Yo no lo hice, y no es que me arrepienta de no haberlo hecho, pero sí me visitan ciertas dudas.

Si hubiera sido un poquito más claro, después de todo el tiempo de ronda (entendido como cortejo) que habíamos tenido, ¿me hubiera encontrado un mensaje suyo diciendo que él también se había abierto un perfil en esa misma página de contactos y en unas cuantas más? Si hubiera dicho lo que quería decir en lugar de callármelo porque era muy pronto...

Pues, posiblemente, sí. Nada hubiera cambiado, porque que tú sientas una cosa muy especial hacia alguien no significa forzosamente que ese sentiemiento sea correspondido, ni mucho menos. Es lo que tiene ser fácil sentimentalmente.

Las semanas siguientes se resumen en una angustiosa espera a ver devueltos mis mensajes. "Me conecto desde el trabajo y no estoy todo el rato delante del ordenador", era la excusa más recurrida para el caso del messenger, seguida de las siempre recurrentes "no lo llevaba encima" o "tenía el modo silencio conectado" en el caso del teléfono móvil. La demora iba haciéndose mayor a medida que el interés (por mi parte, crecía, mientras que por la suya) menguaba.













[ Continuará ]

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